PROHIBICIONES
Bogotá, agosto 9 de 2015
Hola, amigos:
Existen
situaciones en las que no es comprensible el afán de los gobiernos, de las
religiones, de las culturas, por prohibir lo que consideran que daña a la
persona, sin tener en cuenta el libre albedrío, o como se dice ahora, el libre
desarrollo de la personalidad. Cuando un acto personal daña o perjudica a los
demás, o a un ser distinto, en particular, es lógico que no esté permitido
ejecutarlo, como producir su muerte, o impedir su libertad, o en general,
causarle algún tipo de daño. Allí pueden estar contemplados los actos contra la
ecología, como ya vimos en la última encíclica del papa Francisco.
Pero
el hecho de prohibir cosas, no siempre se hace por la protección, sino por
satisfacer algunos intereses particulares en contra de alguien que propone algo
novedoso, por ejemplo. Es el caso de la aplicación Uber, un sistema que presenta
un sistema distinto, basado en la tecnología, pero que perjudica a los taxis
que son tradicionales en todo el mundo. Y los perjudica porque no prestan un
servicio de calidad, porque no han sido
capaces de contrarrestar los efectos benéficos de una aplicación que
proporciona un bienestar para el transporte de quien quiere pagar los costos
altos que tiene el sistema. Pero hay que prohibir.
O
hay que prohibir unas gomas que están en el mercado, porque de pronto un niño
se puede ahogar con ellas. También habría que hacerlo con las monedas, porque
muchos niños se las han tragado siempre, y de pronto, alguno de ellos se habrá
muerto. Y habrá que prohibir el uso de la tierra, pues todos los niños la hemos comido en algún momento, y a algunos
les ha causado daños en la digestión. Pero hay que prohibir. Creo que lo que
hay que prohibir son los padres irresponsables que no cuidan a sus hijos, no
las gomas.
También
se prohíbe el uso de las drogas, como la marihuana y la cocaína, aunque el
remedio sea peor que la enfermedad. Es peor el narcotráfico por estar prohibido
su uso, y la corrupción que se genera, que el uso personal de las drogas, que
es un problema de salud. Además, todo ello conduce a no causarle daño a la
economía gringa, no a cuidar la salud de los colombianos. Un ejemplo de esto es
que ahora que se produce la marihuana en EE.UU. ahora sí son legales su
comercio y su consumo. Cada persona es libre de morirse de lo que le dé la
gana, incluyendo la drogadicción. Pero hay que prohibir.
Está
prohibido llevar un cortauñas en un avión, porque a los gringos se les ocurrió
que es un arma mortal, y que con ella se pueden derribar otras torres gemelas.
Hay que prohibir.
Se
construyen en Colombia carreteras buenas de doble calzada, para mejorar los
tiempos de desplazamiento, pero una vez se terminan, se prohíbe andar a más de
80 km/h, y en ciertos sitios, por disposición de algún alcalde genio, no se
puede andar a más de 30 km/h. Pero hay que prohibir.
Está
prohibido suicidarse, como si el suicida no tuviera el derecho a tomar su
propia decisión de acabar con su vida, por cualquier razón personal. Pero la
religión lo hace, porque no se puede dejar que las personas piensen por sí mismas.
Ahora
el centro democrático, partido que tiene genios en sus filas, propone prohibir
que los jóvenes menores de edad se casen. Primero, el matrimonio cada vez está
menos de moda, ahora son novios, tiene hijos, y nunca se casan. Segundo, hoy
los jóvenes cada vez más temprano son conscientes de sus actos, como la
formación personal, la actuación delictiva, la decisión de tomar su rumbo en la
vida. Mi abuela materna creo que se casó de 13 o 14 años. Siquiera no estaba
prohibido hacerlo, pues si así hubiera sido, yo no existiría. Pero hay que
prohibir.
Ahora
quieren prohibir vender gaseosas porque contienen mucha azúcar. También
deberían hacerlo con la venta de azúcar por libras, si fueran consecuentes. En
vez de educar, les gusta prohibir cosas, para ejercer la autoridad.
El
señor procurador de Colombia está furioso, porque la corte autorizó la
eutanasia, y él la quiere prohibir, porque es muy católico, y como no quiere
tomar esa decisión para él, quiere prohibirla también para los demás, “porque
hay que prohibir”, porque sí. Y quisiera resucitar al señor de Pereira que se
la practicó, para meterlo a la cárcel.
Ahora
hay un gran número de personas muy católicas, muy creyentes, que están en
contra de que los divorciados, o los separados, reciban la comunión en las
iglesias, porque son indignos. Y están pendientes de ver quién es divorciado y
está comulgando, para ejercer el derecho de veto, y condenarlo porque a ellos
no les gusta. ¿A quién perjudica un hombre que comulga y los demás juzgan que no
es digno como ellos para hacerlo? Pero hay que prohibir. No se pueden mezclar
la escoria y el metal puro. “El
fariseo, en pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy
como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros”. Gracias, Dios, porque
yo sí soy bueno y puro, añado yo.
Los estados y las religiones prohíben cosas
para poder castigar, para crear penas por infringir la ley. Se cree que éste es
el principal rol de los dirigentes, cuando debería ser lo contrario, estimular
el hacer el bien, el cumplimiento del bien, para dar ejemplo. No es sino leer
un poco sobre las prohibiciones de ciertas religiones: en el islamismo no se
permite el vino, los juegos de azar, el comer carne de cerdo; a los hombres,
vestir seda; a las mujeres, mostrar la cara. Pero hay que prohibir. La lista de
leyes en el mundo con prohibiciones absurdas es bien larga, y al final, lo que
causan es risa y desprecio por el afán de que seamos buenas personas con leyes
y normas locas, fuera de toda razón.
Hay una creencia de que creando delitos, se
evitará cometerlos. Por el contrario, cuando algo se prohíbe, se torna un poco
más atractivo para transgredir la ley. Como dice el dicho popular, lo prohibido
es lo bueno.
Considero que los estímulos positivos son más
beneficiosos para las comunidades y para las personas, que las prohibiciones de
tantas cosas, sólo para satisfacer egos y creer que están a favor de cuidar a
los demás.
Un
saludo de amigo,
ALBERTO BERNAL TRUJILLO
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