EL YA FAMOSO CORONAVIRUS
Bogotá, marzo 31 de 2020
Hola, amigos:
Creo que a todos nos ha pasado en esta emergencia por
la presencia del coronavirus en nuestras vidas, que nos hemos planteado algún tipo
de análisis sobre nuestra vida anterior, o la que está por venir para cada uno
de nosotros. Yo me replanteo, por supuesto, varias cosas sobre mi actuación
propia frente al país y frente a las personas de mi entorno, pero también
frente al mundo en general.
Una de ellas, entre muchas otras, es el turismo como
beneficio para la humanidad. Hemos llegado a un escenario en el que el planeta
se está desmoronando por culpa de nosotros los humanos. Ya hemos visto algunas
imágenes sobre el renacer de la fauna silvestre, de los bosques, de los mares,
de los ríos, y sólo llevamos unas pocas semanas de descanso en nuestras casas.
Ya el mundo lo agradece con estas manifestaciones de alegría por nuestra
quietud.
Siempre me alegré porque el turismo traería bienestar
a muchas familias del país por la afluencia de personas con dólares para
gastar, lo que nos haría muy felices al final de las cuentas hechas en lo
económico. Pero en estas reflexiones obligatorias de estos días, me replanteo el
turismo masivo que está acabando con el orden del planeta. Las playas y los
océanos son una inmundicia por la basura del turista. Nuestros sitios hermosos,
como Caño Cristales, como San Andrés, como El Amazonas, como la Sierra Nevada, están
en peligro inminente de ser destruidos por esa afluencia de turismo masivo, con
todos sus males inherentes. Regiones hermosísimas como la del Quindío están a
punto se ser saturadas por esa presencia dañina de turistas, acabando con el
Valle del Cocora. Otras como el pueblo de Taganga, cerca de Santa Marta, ya prácticamente
murieron como sitios preciosos, por culpa de un turismo mal entendido, mal manejado,
en busca de sexo, drogas, y excesos en todos los sentidos.
Cartagena es una ciudad invivible, con un desorden
total, con las aguas y playas contaminadas por los cruceros, con turismo sexual
y de droga, con prostitución rampante, con pobreza extrema, impulsado por esos
turistas que llegaron por miles, y que más mal que bien han traído a esa
ciudad. Ya vemos las fotos recientes de la bahía de Cartagena con un mar de
colores como hacía muchos años no se podía disfrutar. Se deduce que ese turismo
masivo es causante de muchos males, superando el bienestar que pueda traer a
algunas familias.
Sabemos de la enumeración de males, que además no es
nueva, por la multiplicación de cruceros en el mundo, regando basura,
excrementos, petróleo, en general, contaminación. Y conste que soy un gocetas
con un crucero como paseo, me parece delicioso. Pero me he puesto a pensar en
ello, y me ha revolcado mis pensamientos.
Por lo tanto, desde ahora abogo por la disminución
drástica del turismo masivo con todos sus males. Las fronteras se deberán
cerrar cuando ya se haya copado su capacidad de reciclaje. Cuando Cartagena, o
cualquier sitio en el mundo llegue a cierto nivel de saturación, debe cerrarse para
nuevos turistas. Así como ahora no podemos entrar a un banco, a un almacén o a
un supermercado mientras no salgan algunos de los que estaban dentro, pues así
mismo deberá funcionar el mundo. Esto se llenó, esto se saturó, y lo peor es
que no he oído muchos comentarios al respecto, y menos aún de las autoridades.
En la arena de Playa Blanca, en Cartagena, ya no cabe la gente, ni los
vendedores, ni se goza la playa, ni se disfruta el mar, por la contaminación auditiva,
visual, de basuras, de gente; eso no es hermoso en la forma en que se maneja
hoy por parte de la autoridad. Tiene que haber un control para estar allí antes
de que se acabe con esa belleza natural.
Comparaba yo una exposición de fotografías de gran tamaño
de las pinturas de la capilla Sixtina que se presentó hace un año en Bogotá,
con la realidad de esa misma capilla llena, absolutamente repleta de gente, en
la que no se puede apreciar el arte, pues esa marea de turistas empuja y obliga
a pasar sin siquiera detallar nada. Realmente, me gocé más la exposición de
Bogotá, con calma, sin afán, que la visita en Roma para apreciar a Miguel Ángel
y su obra extraordinaria. Y así se multiplican por cientos los lugares de
turismo masivo que no se pueden apreciar en toda su magnitud por la aglomeración
de personas en ellos. Valga esto para intentar decir que el tal turismo masivo
no es lo más agradable para los sentidos. Por mí, El Taj Majal se puede
derrumbar con mi permiso, pues no estaré por ese sitio para dar vueltas de
turista consumidor corriendo y contando a mis amigos que lo conocí. Gracias.
Y lo mismo pasa en París, en Madrid, en Nueva York, en
Bogotá, en muchos sitios del mundo, en donde ya no es posible disfrutar de un lugar
con tranquilidad, en la soledad, sin ser atropellado por una oleada de gente
que anda con afán, con la necesidad de ir a más sitios a hacer lo mismo, sin
dejarse tocar por las bellezas que no aprecia en ese afán de hacer turismo.
Yo no sé qué tanto éxito podrán tener mis preocupaciones
como ideas para los gobernantes, en busca de resolver este problema. Realmente
no es mucho lo que yo puedo hacer por el mundo, pero al expresar mis pensamientos
puedo sembrar una idea para que alguien pueda hacer más que yo al respecto.
Un saludo
de amigo,
ALBERTO BERNAL TRUJILLO
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