EL AMOR
Bogotá, abril 10 de 2014
Amigos:
Ahora, pensionado, es mayor el tiempo que me queda para pensar
en algunas realidades, o por lo menos para analizarlas con alguna mayor
profundidad. Una de ellas es la que me entristece y me causa cierta angustia,
pues veo que los resultados no concuerdan con las acciones que se ejecutan para
lograr el fin propuesto.
Me produce una infinita tristeza ver personas que no
entienden que el amor no se pide, que el amor se da. Veo con angustia una
contradicción entre el modo de obrar y el modo de proceder en una gran cantidad
de hombres y mujeres, y a veces lo veo cerca de mí. Cómo es de común para mí,
ver que personas dedicadas a hacer de su vida una enseñanza continua de la
práctica de la fe, en una de las tantas religiones que hoy tenemos en nuestra
cercanía, o que dedican mucho de su tiempo a estar en oración, o a ir a la
iglesia, en su vida personal obran en forma contraria. Predican el amor a Dios,
pero no aman a su hermano, o a su madre, a su prójimo, que es donde se refleja
verdaderamente ese amor a Dios. Hablan del amor pero obran en forma contraria.
Siento que a veces, mientras más cercanos se sienten de su Dios, más lejanos
están de su prójimo.
Pienso que la oración, o el acercarse a Dios, produce en
algunos el poder de juzgar a los demás, de rechazarlos, bastante más que el
poder de amar y de perdonar. Es casi como las palabras del fariseo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres”. Mientras más cerca se creen estar de El, más lejos del prójimo se
encuentran, lo que no logro entender, no me cabe en la cabeza esta actitud.
Hemos tocado temas en este blog, como el perdón, la paz,
la ternura, los sueños, y ahora me viene a la mente un sentimiento relacionado
con estos, y con la vida misma, inherente a ella, parte fundamental de nuestra
existencia, como es el amor.
Hace algunos días asistí al entierro
de un primo hermano, Alfredo Bernal, un hombre extraordinario, un contertulio
como el mejor de todos, con quien discutí en varias ocasiones sobre tantos
asuntos de variada índole. Fue un hombre de fe, un hombre con una cabeza muy
inquieta, un creador de vida, que amó profundamente, y lo predicaba en su
familia y con sus amigos (yo, uno de ellos). Como dijo su hermano el padre
Germán el día de su funeral, “sufrió de una fe profunda”. Sus enseñanzas y su
amistad por 40 años me animan hoy para reafirmarme en mi pensamiento sobre el
amor; su recuerdo me ayuda para pensar mis verdades.
En tantas historias de vida impresionantes, que me
producen emoción, como las que leo en la página http://www.reconciliacioncolombia.com , no
dejo de relacionarlas con un gran sentimiento amoroso que hay en cada una de
las personas allí involucradas. Son todas expresiones de entrega, que sólo son
posibles si el amor está presente en cada uno de los actores de esos eventos.
Amar al amigo es muy fácil; amar al enemigo, como lo
predicó Jesús en su tiempo, o como lo predica ahora el papa Francisco, ese sí
que es un verdadero acontecimiento. Y relaciono todo este recuerdo con lo que
sucede a mi alrededor todos los días, y con lo que pasa con los deseos de
firmar algún acuerdo que nos dé la posibilidad de vivir en paz por primera vez
en doscientos años.
¿Cómo no va a ser mejor vivir historias de entrega a los demás,
como las que leo cada vez que me acerco a esa página maravillosa, que pensar en
seguir con la guerra por otros años más, creando más familias desdichadas, más
huérfanos, viudos, viudas, lisiados, mutilados amargados? Dejemos atrás lo que
ya pasó, y miremos hacia adelante con decisión, con una palabra buena en
nuestros labios.
El amor no depende de que la persona a quien debemos amar
sea buena o sea mala, o que esté lejos o cerca de lo que nosotros pensemos con
respecto a sus propias creencias. El amor es un acto de entrega que no mide a
quién se da; simplemente se entrega porque ese acto nos engrandece, nos llena
de felicidad, y porque puede cambiar a una persona por ese sólo hecho de
amarlo; y nos cambia a nosotros mismos, y cambia al ser amado, en la medida en
que ese amor le llegue y le reconforte. No nos preparemos para que nos amen,
sino preparémonos para amar y para hacernos más grandes nosotros mismos y a la
sociedad en general.
En mi caso, que no soy un practicante religioso, y no
me siento cerca de la felicidad eterna, me propongo ser ejemplo de vida con mi
proceder, no precisamente por ser perfecto, por el contrario, ya que veo que en
ocasiones es muy equivocado, sino sobre el cual alguien puede tomar lo bueno de
mi vida y desechar lo malo que vea en ella. Por ello hoy escribo sobre el amor,
visto como ejemplo de tantas personas que lo entregan en condiciones casi
imposibles de entender, como en las que veo a través de esas crónicas que les
he remitido. Y especialmente, porque no veo que este país salga adelante, se
haga grande, si no es por medio del amor y del perdón. Quiero aprender de ellas
y ser más consciente de que yo puedo ser parte un país hermoso, sin seguir
sembrado en el odio, en la venganza, en la desesperanza.
Yo puedo contribuir con
lo que esté a mi alcance, y en este caso con este blog, con mis palabras; no
tengo más formas de hacerlo sino invitando a que seamos cada vez más unidos y
menos egoístas.
Para terminar, me gustó una frase que oí en estos
días, no sé dónde. “El amor no se acaba con la vejez. Lo que sucede es que
envejecemos cuando se nos acaba el amor”.
Un abrazo,
ALBERTO BERNAL TRUJILLO